lunes, noviembre 06, 2006

El Viejo Picasso en Viena (2006)


Picasso trabajaba lunes, martes y miércoles, incansable, con una inspiración que no le abandonaba nunca, que le nacía para pintar cerámica el jueves, esmaltar mayólicas el viernes, seguir esbozando con lápiz el sábado, y retomar el pincel ancho, característico de sus obras tardías, para trazar líneas maestras el 'dimanche'. Entre su inspiración y él había una rigurosidad y orden de trabajo que producía tales sorprendentes resultados, sea cual fuere el medio al que se dedicara: desdoblar papel, aglomerar trozos de madera, decorar el metal. Esta productiva 'rutina' le guió toda su vida pero sobretodo en sus últimos años, los trece años a partir del 1960. Plenamente consciente de su mortalidad, dedicó este tiempo a revisitar sus 'demonios': pinta mosqueteros y toreros, aquellos que posando en su gloria y virilidad, con las espadas bien explayadas, estaban acompañados de una voluptuosa mujer, más como trofeo que como amante fiel. Asimismo, en esta continua furia creativa, encuentra el tiempo para resarcirse con algunos de sus grandes predecesores que inspiraron su carrera de artista: se dedica a 'parapintar' 'Déjeuner sur l'herbe' ('El desayuno sobre la hierba') la tela tan cargada de erotismo de Manet, que Picasso reinterpreta con sus propios movimientos y jerarquías. Retorna a trabajar el tema de Degas de las alcobas de prostitutas, incluyendo al mismo Degas como el ‘voyeur’ en esas escenas sórdidas del Paris de fines del siglo XIX. O retorna al tema de Rembrandt y las odaliscas, y aun Velásquez y sus escenas palaciegas cuando ilustra una edición de un clásico de la literatura castellana. Un verdadero derrotero y exploración de la historia de la pintura; un genio explora otros genios. Pero lo más sorprendente de estas tres últimas exploraciones es que son hechas en grabado, técnica en la que Picasso claramente se apasiona por sus posibilidades de ‘secuencia’ pictórica que le permite su manejo del buril sobre la placa de cobre, a la que estampa en sus varios estados, tanto gráciles tanto sombríos en las mismas escenas. Tal fue su exaltación con este medio que su grabador preferido instala su taller en el pueblo de Mougins; el artista y el artesano suelen decir que han creado, entre el château y el taller, la “ruta del cobre’. Cabe mencionar que en esta introspección histórica no vuelve a explorar el arte africano que tanto le sirvió para su proverbial estilo cubista a comienzos de siglo XX.

Esto es lo que se puede ver en la extraordinaria y única exhibición “Picasso: Malen gegen die Zeit”, (Picasso: Pintando contra el Tiempo), en las bellas galerías del Albertina de Viena (que estará abierta hasta el 7 de enero 2007). Una vez más el Albertina se esmera en producir una exhibición novedosa, con gran atención a las piezas, y por supuesto a los guiones que hilan el tema de la exhibición. Esta es una de muestra única por el alto número de obras prestadas por colecciones privadas, como es el caso de sus grandiosas interpretaciones de Manet que reciben al visitante y que el guión sugiere representan el periodo ‘verde’ de Picasso por la ubicuidad de este color no sólo sobre la hierba sobre la que se relajan los sosegados personajes, sino sobre sus cuerpos, al menos en aquellos que están desnudos. En la última sala, en una esquina, se muestra el casi cómico Autorretrato, pintado en junio de 1972 a pocos meses de su muerte, que revela al artista casi como en una placa de rayos X a color, que como escribiera un crítico, “se enfrentaba al terror que lo consumía y lo pintó”, en los colores verdosos y azulinos propias de la descomposición de la carne, con los hombros puntosos que creaban sus huesos a flor de piel y los ojos saltones en sus orbitas descarnadas.

Los últimos años de Picasso no fueron fáciles para el artista, a pesar del reconocimiento público que significaron las grandes retrospectivas que se le hizo en Avignon y Paris. Los años 60 fueron el periodo del minimalismo en la pintura, del existencialismo en el pensamiento, y frente a ellos Picasso insistía que su pintura, sus motivos y temas, su imaginación al tratar los temas del mundo que le rodeaba y su mundo interno, era aun la mejor forma de expresarse. Mientras el mundo del arte se concentraba en otras tendencias, vemos en esta exhibición del Albertina que Picasso, sin desmayo, trataba de resarcir y cumplir con todas sus curiosidades intelectuales y artísticas e ir apaciguando sus demonios.

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